El malestar es la llave para abrir la puerta que nos lleva hacia lo que necesitamos ver cuando nos encontramos bloqueados en el sufrimiento.
No se trata solo de cambiar el comportamiento que nos hace daño, sino de entenderlo. El síntoma que se hace presente cuando tenemos un trastorno alimentario es, en realidad, la mejor manera que pudimos encontrar para gestionar nuestro malestar interno.
Si una niña siente ansiedad y encuentra en la comida la forma de regularla, el problema, ¿está en la comida o en aquello que le produce ansiedad? ¿Por qué utiliza la comida para calmarse? ¿Dónde lo ha aprendido? ¿Por qué no hubo otro regulador? ¿Qué recurso puede utilizar en lugar de encontrar en su ingesta la calma? ¿Dónde aprendió que para calmarse tiene que hacerse daño?
Cuando experimentamos situaciones complejas, seamos o no conscientes de ellas, se ponen en marcha mecanismos de adaptación para enfrentarlas. Dependerá de las herramientas con las que contemos, cómo resolveremos dicha experiencia.
Cuanto más inmaduros seamos, menos estrategias tendremos y, como consecuencia, usaremos las de nuestros cuidadores para resolverlas. Es por esto que arrastramos dificultades desde generaciones previas. Ahora nos toca a nosotros, como personas adultas, resolver lo que mamá no supo manejar en nosotros.
Lejos de culpabilizar a nuestros padres, debemos aprender lo que ellos no pudieron. Y avanzar, de generación en generación, sumando aprendizajes útiles para nuestra especie, en lugar de bloquearlos y seguir dejándoselos en herencia a nuestra descendencia. De eso se trata la justicia, de prevenir desde la reparación, el dolor que puedan vivir quienes nos siguen en este mundo.