Desde chiquita, siempre tuve muchas dudas e incertidumbres.
Esa inconformidad, que me aproximaba a la crítica y a la constante búsqueda de respuestas, me encaminó hacia la psicología. Quería ver si, a través de ella, podía contestarme todos esos interrogantes que me acompañaban hasta ese entonces.
Mi aproximación a este campo me ayudó a confiar más en mis opiniones, a veces un tanto diferentes a las de quienes me rodeaban, y a darles un sustento y un marco académico. Ya no era solo una persona con dudas existenciales y una enfermedad que, según los pronósticos de ese momento, no tenía cura; ahora era psicóloga. Y aunque todavía insegura, tenía un título que haría que mi búsqueda no terminara allí.
Fue así que me encontré con el modelo EMDR y con una profesional a la cual admiro, que no solo me nutrió de un saber que me enorgullece, sino que me dio aquello que desde mis 14 años buscaba: ser normal, no tener síntomas ni dudas que me produjeran culpa.